Pemex quiere tapar el sol con un dedo en derrame en río de Veracruz: pobladores
Javier Moreno, de 38 años, viene con las manos vacías, trae la atarraya al hombro y totalmente seca. Cabizbajos y en silencio, lo siguen en fila india, su prima y un amigo.
Originario de la localidad Adolfo Ruiz Cortines –mejor conocido como El Aguacate– en el municipio de Papantla, Veracruz, una de las costumbres más arraigadas para Javier, consiste en ir los domingos a pescar en el arroyo que pasa por su pueblo. Pero después de 30 años de salir a la pesca, esta es la primera vez en su vida, que regresa con las manos vacías.
“Yo no quería venir, porque ya sabía que el derrame de petróleo había afectado el arroyo, pero mi prima me convenció, así que venimos a dar una vuelta a ver si podíamos pescar algo”, relata, mientras hace un alto en el camino que surca entre los campos de naranja y plátano.
“Aquí, los días de descanso venimos a pescar camarones, tilapias, acamayas…, pero ahora no se puede, todo está contaminado de chapopote, el arroyo no quedó como estaba”, dice Javier.
-¿Cuánto tiempo tomará en recuperarse el arroyo?, se le pregunta.
-No sabemos, Pemex no nos ha dicho nada.
El 02 de julio el pozo 223 del campo Santa Águeda de Pemex, ubicado en la comunidad de Adolfo Ruiz Cortines, registró una fuga de hidrocarburo. Las maniobras de los trabajadores se extendieron por más de 9 días, hasta que lograron controlarlo. Durante todo ese tiempo, los plantíos de naranja y plátano quedaron expuestos a la contaminación.
Una de las afectaciones más graves fue la que se causó al arroyo que pasa por la región, y que sirve para regar y abonar los cultivos, y abastecer de agua para consumo humano, y para uso doméstico a una docena de familias que viven a su rivera.
Una de las más afectadas por la contaminación del afluente es la familia de Andrés Torres, quien tiene su casa dentro de una parcela de naranja, y a escasos 10 metros del riachuelo.
“Todos los que vivimos a la rivera del arroyo siempre lo hemos cuidado porque de aquí tomamos agua. Pero ahora, el derrame de Pemex vino a dar aquí, y contaminó todo”.
Los tres perros guardianes de la casa de Andrés no pueden tomar de esta agua, su familia no puede usarla ni para lavar la ropa –porque el olor es nauseabundo– y nadie piensa en regar las plantas con ella.
Desde hace tres semanas, Andrés Torres tiene que andar seis kilómetros hasta un pozo, para traer agua en bidones, que su familia pueda usar para lavar la ropa o los trastes. Mientras que, para beber, debe comprar garrafones de agua que venden en la tienda del pueblo en 30 pesos.
“Conseguir agua para beber es un problema, porque los repartidores no llegan hasta acá. Tengo que pedirle a una muchacha que nos apoye, y nos traiga el agua en su moto hasta acá”, cuenta Andrés.
Tomás Moreno San Martín, agente municipal de la comunidad Adolfo Ruiz Cortines, señala que los habitantes viven en medio de 15 pozos de Pemex, y temen que en cualquier momento esto se vuelva a repetir. La comunidad pide que la paraestatal refuerce sus medidas de seguridad al operar los pozos, y que ofrezca un trato justo a su comunidad por el riesgo que corren.
Moreno San Martín dijo que los derrames no son el único problema que enfrenta por la operación que Pemex mantiene en la región. Señaló que el acceso principal al pueblo está destruido por los camiones pesados de la paraestatal que por ahí transitan.
“Luego del derrame, el presidente de Papantla dijo que iba a dar mantenimiento a un kilómetro del camino, pero son 7 kilómetros en total, hace falta el resto, y queremos que Pemex lo haga, que regrese un poco de todo lo que se lleva”.
Tras el derrame de hidrocarburo, representantes de la petrolera acudieron a la localidad para hacer un censo por las afectaciones. Se reunieron alrededor de 30 lugareños, con un promedio de una, dos y hasta tres hectáreas afectadas, cada uno.
Pero las conversaciones con la paraestatal no han sido tersas, como señala Andrés Torres, a quien Pemex le dijo que el daño al arroyo no lo pagaría porque es zona federal. Y en el caso de los árboles con chapopote, “nos dijeron que todo aquél que entrara al censo, lo iban a tirar, y mi mamá no quiere que tiren el mango ni el aguacate”.
Andrés Torres le ha pedido a su madre –la dueña del terreno– que no firme la hoja en donde la empresa solo reconoce daños a 10 árboles, cuando son más de 30 los afectados.
“Pemex vino aquí a querer tapar el sol con un dedo, no quiere reconocer el daño que hizo”, señala Andrés.