Revela que sobrevivió escondida en un saco de papas
Suly Chenkin nació hace 81 años en la ciudad de Kovno, en Lituania. Cuando tenía ocho meses, su vida y la de su familia tomó otro rumbo. Los nazis invadieron el país y ellos, como muchos otros, se convirtieron en prisioneros en los campos de concentración, ese en el que estarían a partir de entonces sería conocido como el gueto de Kovno.
“Salí de mi casa cuando los nazis invadieron Lituania y junto a los demás judíos de mi ciudad nos pusieron en un gueto hasta que tuve 3 años”, relata la mujer durante una entrevista con la Voz de América en Miami.
Durante tres años vivió escondida en ese gueto, algo que, a pesar de su corta edad, jamás podrá olvidar.
Desesperación por salvar a su hija
Sus padres estaban desesperados. No sabían qué hacer para salvar la vida de su hija porque, a medida que pasaban las semanas, las posibilidades de supervivencia disminuían. Finalmente “tuvieron que tomar la terrible decisión” de entregarla a una familia, “de un sector judío muy ortodoxo”. No sabían con quién estaría su hija a partir de ese momento, solo sabían que esa familia también había podido salvar la vida de otros niños.
No lo pensaron mucho. Le dieron algo para dormir y la escondieron en un saco de patatas.
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Sin saberlo, ese saco de patatas sería el que le salvaría la vida. Su abuela ya hizo una profecía cuando nació: “Esta niña ha nacido el primer día del Año Nuevo judío, tendrá suerte toda la vida”.
Y parece que su vaticinio se cumplía. Era el 11 de mayo de 1944. El vehículo que la llevaba hizo una parada y arrojó suavemente el saco sobre el alambre de púas que separaba ambos territorios. Ahí, dos mujeres lo abrieron y se llevaron a la pequeña en un carruaje.
Cuando sus padres la entregaron a esa familia temían que esa sería la última vez que se verían. Estaban convencidos de que salir con vida de los campos de concentración nazi era casi imposible debido al dominio de Hitler en esa zona.
“Mis padres fueron enviados a dos campos de concentración distintos, ella a Polonia y él a Alemania”, indicó la mujer.
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Más tarde, sus padres también serían liberados y después de una larga travesía, “saltando de un tren a otro”, la familia pudo reencontrarse de nuevo.
Cuba, su refugio
Ahora sí, su vida volvería a empezar de nuevo. Pero lejos, muy lejos de la tierra a la que llamaban “hogar”. Con una cultura completamente diferente y con un idioma que desconocían por completo.
“Mi papá tenía a todos sus hermanos en Cuba y ellos se enteraron que mis padres estaban vivos después de años de silencio, así que hicieron todos los trámites para traernos allá”, continúa Chenkin.
En aquel entonces esa niña de Kovno ya tenía 6 años y era plenamente consciente de la pesadilla que había vivido tanto ella, como sus padres y los miles de judíos que sufrieron las acciones de los nazis.
“Era febrero de 1947 y Cuba acabó siendo un auténtico refugio, el paraíso más grandioso de mi vida”, explica. Allí pudo graduarse en la Universidad de La Habana, establecerse en la isla caribeña y hablar un perfecto español.
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Años más tarde, sin embargo, tendría que volver a huir. Esta vez de la tierra que la acogió y que ya sentía como suya. La historia se repetía. El temor a que la Revolución de Fidel Castro hiciera aún más estragos en su familia hizo que su padre comprara un billete de avión para que, primero ella, pusiera rumbo hacia Miami. Era julio de 1960.
“Mi padre me dijo que no iba a volver a la universidad, que esa semana me iría del país en un vuelo hacia Florida. Recuerdo que mis padres estaban tras un cristal en el aeropuerto, los miré y pensé en que ellos estaban pasando otra vez por esa misma situación, la de enviarme otra vez fuera para salvar mi vida”, dice.
“Cuento mi historia para que no se vuelva a repetir”
Pero prácticamente no había contado nada de lo que había vivido en Kovno. Durante mucho tiempo su historia de vida fue un auténtico tabú en su familia. “Nunca hablé de esto y todas mis amistades de Cuba sabían que yo había venido de Europa, que había pasado la guerra pero no sabían los detalles”, afirma.
Pero no fue hasta que su padre murió de forma súbita, cuando ella ya vivía en Charlotte, Carolina del Norte, y alguien de su entorno le hizo una petición. “Uno de los banqueros que trabajaba con mi padre vino a darme el pésame y me dijo que él le había prometido a su hijo de séptimo grado que iría a su colegio a contar su historia. Me dijo que como él ya no estaba, tendría que venir yo. Y así lo hice”, comenta sobre la primera vez que públicamente relató lo que vivió en Lituania.
Desde hace varios años, ella lidera The Butterfly Project (Proyecto Mariposa), formado por un equipo de sobrevivientes del Holocausto en Estados Unidos que da charlas en las escuelas de todo el país para dar a conocer su experiencia. Tiene el compromiso de contar “las veces que haga falta” su historia porque considera que la sociedad no puede ser ignorante ni indiferente con lo que pasa en el mundo.
Convencida de que “muchas de las cosas que pasan en el mundo” se debe a que muchas veces hay una gran ignorancia por parte de la sociedad, ella quiere poner su granito de arena en para recordar a las víctimas del Holocausto y que algo así no vuelva a ocurrir.
“Siempre cuento que en el mundo hay gente que es muy mala, pero también hay un grupo mayor de gente que es indiferente y eso es lo que causa que pasen las cosas que pasan”, expone.
El 27 de enero se conmemora el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto. Ese mismo día de 1945, las tropas soviéticas liberaron los campos de concentración y el exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau en Polonia.